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OPINIÓN I Criterio de una sociedad en crisis

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David Santos Febrero  (Flickr)

LAIA RUBIA

Barcelona

Mares de noticias inundan el criterio de una sociedad en crisis, la hunden en una espiral de opiniones, manipulaciones, pequeños empujones que disimuladamente la acercan al precipicio. En un mundo interconectado la persona ha pasado a ser un usuario, el periodista un interesado y la realidad una ilusión tecnológica que podemos apagar con tan solo un click

 

Con falacias de un mundo mejor se proponen proyectos para mejorar la autoestima de aquellos que quieren, pero no pueden, aquellos que deslizan el tutorial de maquillaje con la misma facilidad que las denuncias de un porvenir trágico. La irresponsabilidad moral de la masa ha derivado en la construcción de una simulación, de un colectivo incapaz de afrontar aquello que su propia especie ha creado. En un contexto de ilusiones, la guerra se asocia a un pasado que gracias a la modernidad ha sido superado y gestionado, arreglado. ¡Sorpresa!, estalla una guerra en occidente, nadie vio venir un escándalo de tal magnitud. Aun así la República del Congo parece no llevar años en medio de un conflicto interminable, Ruanda ni siquiera es situada en el mapa por gran parte de la ciudadanía, y Palestina ha tenido que ser bombardeada para existir en la mente de aquellos que entre moda y moda carecen de tiempo para gestionar el complejo social en el que vivimos. 

 

Algunos se echan las manos a la cabeza al escuchar los métodos que esta nueva juventud inexperta emplean para huir la realidad, pero lo cierto es que la visibilidad de una necesidad colectiva de evasión es únicamente nueva en lo que a la sinceridad se refiere. Pretender que hasta ahora todo iba bien es pretender que la salud mental apareció hace pocos años, de la misma manera que la pobreza o el descontrol bélico. Lo cierto es que no presenciamos día tras día las consecuencias a largo plazo de lo que nuestra conflictiva naturaleza humana ha creado, presenciamos tan solo una mínima parte, un cúmulo de informaciones artificiales que puntualmente se transforman en tragedias meticulosamente jerarquizadas. Los gritos de libertad se han normalizado desembocando en un conjunto social que con silencios y miradas hacia otro lado no hace más que infravalorar su propia capacidad.

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Más allá del escapismo, la evasión denota una protesta, una concienciación. En la confrontación individualismo / solidaridad se hace hueco la preocupación por aquello que de verdad importa, por aquello que marcará la diferencia. El principal problema recae, como de costumbre, en un occidente siempre avanzado, aunque nunca lo suficiente como para ocuparse aquello que él mismo ha roto; en un adulto acomodado en la garantía de un futuro que ha asentado con los años. Como padres de la modernidad, aquellos con poder se centran en minúsculos detallismos de generaciones y tendencias, dando la espalda al contexto en el que ellas se han criado y creado. El privilegio es el problema, la responsabilidad que el mismo conlleva, la cara B de la moneda con la que pagamos nuestro camino a la felicidad. 

 

En una espiral de palmaditas en la espalda y diplomas eruditos, entra en juego la distinción entre lo artificial y lo moral. La madurez que comporta el diálogo, la sensibilidad que requiere el líder, la valentía que caracteriza a la responsabilidad y la empatía que define a la comunidad. 

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